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jueves, 15 de julio de 2010

el basurero de la sobrevivencia

la chureca

















En el vertedero municipal de Managua, denominado "La Chureca", alrededor de mil toneladas de desperdicios son arrojados diariamente por los camiones de la Alcaldía de la capital nicaragüense. Medio ocultos entre todo tipo de desechos urbanos, cuatrocientos niños y niñas, con un saco atado a la cintura y una vara larga de madera, se disputan durante doce horas diarias su espacio o "cuota" de basura junto a sus familiares, amigos y competidores. Buscan allí cualquier papel, plástico, tela o metal que pueda ser susceptible de venderse
Esta práctica de riesgo expone a estos "recicladores", especialmente a los menores, ante todo tipo de sustancias contaminantes y peligrosas. Los niños y niñas son los más vulnerables al tener su sistema inmunológico aún en desarrollo.

En diversos estudios realizados recientemente, se constata que un porcentaje de los menores examinados presentan altos índices de elementos contaminantes en su sangre. La mayoría de ellos, además, tiene problemas respiratorios y cuenta con un sinfín de parásitos en todo el cuerpo, estando muy extendidas también las enfermedades de la piel.

Pese a que hace algunos años el "Primer foro sobre trabajo infantil" en Managua ya alertó de que cerca de 400 de los 300.000 niños y niñas que en Nicaragua ayudan con su trabajo a sostener sus hogares lo hacen en condiciones insalubres y situaciones de alto riesgo en el mayor basurero de Managua, "La Chureca" ¬así es conocido popularmente el vertedero municipal, porque en el argot nicaragüense significa "traste viejo"¬ sigue siendo el lugar a donde acuden diariamente cientos de menores a remover los desperdicios entre montañas de basura en busca de alimentos o artículos desechados que les sirva para vender y poder así contribuir a la supervivencia familiar.

Los niños, una vez cumplidos los tres años, comparten con sus padres, hermanos y vecinos las tareas en el vertedero, ubicado en el barrio Acahualinca, al noroeste de la capital, sobre una extensión de 42 hectáreas.

Son familias enteras las que dedican una media de doce horas diarias a revolver, buscar y recoger desechos de papel, plástico, aluminio y todo lo vendible, desde botellas de plástico y latas de cerveza vacías hasta hierros viejos y cobre..., para después seleccionar el material acumulado, limpiarlo, y venderlo después una vez culminado el proceso de reciclaje.

Un saco de nailon atado a la cintura y una larga vara de madera. Es lo único que necesitan para trabajar largas jornadas. De esa forma es como esperan ilusionados los nuevos desperdicios que arrojan los camiones de la Alcaldía, sin perder la esperanza de descubrir algún objeto de valor. Pero no son los únicos; también están esperando otros cientos de adultos. Y los zopilotes, que marcan el terreno, su terreno, desde el aire. En cuanto llega el vehículo, todos corren hacia él, que, tras abrir sus compuertas, descarga la basura prácticamente sobre la impaciente multitud, que se abalanza sobre los desperdicios ¬alrededor de mil toneladas diarias¬ antes incluso de que haya concluido la operación. Porque el sustento del día depende tanto de la suerte como de la rapidez. Pero hay que tener cuidado, porque, tal y como lo cuentan ellos mismos, "aquí hay personas que se matan por una simple latita de aluminio". Además, pese a compartir la miseria, no es fácil "ingresar" a trabajar en el basurero, porque los veteranos en ese empleo lo consideran su "coto" particular para sobrevivir.
Chozas con desechos
La mayoría de las familias ¬cerca de 300¬ vive allí mismo, en La Chureca, entre olores a basura podrida y fermentada, hacinados en chozas construidas con los mismos desechos que recolectan: plástico, zinc, madera, ladrillos reciclados, cañas, barro... Otras, sin embargo, se acercan a diario desde los barrios de los alrededores. Pero tanto los niños que sobreviven allí mismo como los que se acercan a diario saben cuál es su papel ya desde temprana edad: "Tenemos que venir aquí a trabajar porque les tenemos que ayudar a nuestros papás, a darles reales, para que comamos".

Ellos son, sin duda, los más expuestos a los riesgos, porque está comprobado que son más vulnerables a todos los contaminantes del medio ambiente por tener un sistema inmune todavía en formación, en desarrollo. Un reciente informe así lo confirma: "El 88% de los menores que acude al basurero tiene problemas respiratorios; un 62% sufre de parásitos y un 42% tiene problemas en la piel".

Por eso, no fue extraño que hace apenas dos años murieran intoxicados tres hermanos de tres, cuatro y seis años, tras comer golosinas recogidas del vertedero y guardarlas en un frasco que había contenido veneno. Ocurrió un mes de diciembre, cuando regresaban a casa, como lo hacían todos los días, tras pasar la jornada hurgando en los desperdicios del basurero cercano a su casa. Los llevaron al hospital, a los tres, con dolor de estómago, mareos y vomitando, pero ingresaron ya cadáveres

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